LABERINTOS IV: El laberinto de la superficialidad




Decir de algo que es superficial es decir que es prescindible, banal, intrascendente. Hay, en nuestra vida, muchas vivencias que pueden describirse así. Banal es el peso de la imagen y la apariencia física que se convierte en culto. También la capacidad, tan contemporánea, de opinar sobre todo, sin necesidad de que dicha opinión venga un poco fundamentada; la de abanderar causas que no conocemos vaciándolas de contenido, sentido y contexto. Esa tendencia a clasificar a las personas según criterios dudosos. Esos juicios caprichosos.

Superficial es reducir a mínimos cosas de máximos. Es el imperativo de la diversión que hace que tantas veces tengamos como único criterio de decisión el «pasarlo bien» o el «quedar bien», que ayuda de vez en cuando, pero no puede ser el único sentido en la vida. Superficial es la inconsistencia con que desechamos lo que no entendemos. Es la proliferación de ofertas que permiten elegir la evasión frente al compromiso. Lo superficial es, simplemente, lo opuesto a lo profundo.

Pues bien, existe un laberinto en el que los quiebros y requiebros del camino tienen que ver con la banalidad. Es un encierro sutil, porque a menudo pasa desapercibido. Estás perdido, vagando, sin rumbo, y ni siquiera lo sabes. Este laberinto no es tan doloroso como algunos otros, que inmediatamente te hacen ser muy consciente de estar en una prisión. Puede ser atractivo. En este caso vives constantemente entretenido, de escaparate en escaparate, consumiendo sensaciones, y hasta piensas que estás bien, que estás haciendo lo que quieres. Caminas de un lado a otro, giras, vas, vuelves, pasando una y otra vez por los mismos lugares que cambian de apariencia. Y ni te das cuenta de que estás encerrado en una prisión de espejos. Quizás porque ignoras que al otro lado de esos muros hay una vida profunda, mucho más auténtica.

A veces, el caminante intuye esa vida de fuera. A veces anhela algo diferente. A veces se ve sin maquillaje ni apariencia, y siente que la vida podría ser otra cosa, pero rápidamente elige volver al vértigo, al engaño, a la emoción -generada artificialmente-, a esa fugaz felicidad empaquetada en cajas de Amazon.

¿Cómo salir de este laberinto? Quizás en este caso la forma de hacerlo sea frenar. Detenerse en un punto, y negarse a seguir vagando, sin rumbo ni intención. Poder plantearse algunas preguntas necesarias. ¿Qué es innegociable en mi vida? ¿Qué valores no estoy dispuesto a traicionar? ¿Creo en algo? ¿En alguien? ¿Cuáles son los nombres importantes de mi historia?

Tal vez esas preguntas puedan ayudar a abrir las ventanas de dentro, y descubrir esas habitaciones interiores donde, sin saberlo, hay una verdad mucho más profunda, más fecunda, y más llena de posibilidades.

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