No es fácil tu Hágase, niña.
Porque, si a mí me preguntasen,
más bien me aferraría
al Hágase de los indecisos,
antesala de un pero,
de un mirándolo bien,
y al fin de un no se haga.
Me inclinaría
por el Hágase poético,
el de las buenas intenciones,
estribillo impersonal,
volátil y genérico.
O me escondería
en el de los descomplicados,
que diciendo Hágase
piden que otros lo hagan:
los que tienen tiempo,
los gobiernos, los convencidos
o los que ya lo hicieron.
Pero tu Hágase
desenmascara
los verbos incompletos.
“Hágase en mí”.
Y se hace.
Tu hágase se torna pregunta
que nos pone en marcha.
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