Crónicas romanas. Día 1



Todos los caminos llevan a Roma, dicen. Nosotras hoy cogemos el que indica Google maps, que no hay tiempo que perder. Nos hemos subido al autocar a las 7 de la tarde. Allá vamos, dulce Roma. Allá vamos 70 chicas universitarias, 70 historias, 70 maneras de ver la vida. Bueno, eso, tres guitarras y una caja acústica. Pinta maravillosamente bien.

Después de cenar en el suelo de un área de servicio, hemos conseguido instalarnos en el autocar de un modo en el que todas pudiéramos albergar la mínima esperanza de dormir un poco.

Se ha acabado la película, entre sollozos de las más sensibles. Es una noche cansada, anómima, que agoniza los últimos minutos del día, regazo temporal del principio de lo que será sin duda una bonita aventura. Si la amistad es un largo camino en el que se van abriendo todos los candados y puertas del corazón, la mirada y las sonrisas sinceras que nos rodean hacen intuir que esta noche y en los días que siguen se producirá un verdadero derrumbamiento de murallas. Bienvenidas amistades.

Juan y Toni son nuestros autobuseros y ya les queremos como si fueran nuestros padres. ¡Qué señores más majos! El mejor momento de la noche ha sido sin duda la parada en un peaje a las 3 de la madrugada. Una máquina con voz de mujer hablando en italiano les pedía a nuestros conductores que recogieran il biglietto. Y ellos, erre que erre que no hay tiquet, señora. Y ahí se han enzarzado en una curiosa discusión humano-robot hasta que a Juan se le ha encendido una luz y Toni, siguiendo su consejo, ha apretado un botón. Il biglietto nos ha hecho el favor de aparecer y hemos avanzado tras el arrivederci de la máquina del peaje, que han ido repitiendo divertidamente nuestros queridos autobuseros, a la vez que refunfuñaban por el abuso de los 110 pavos para entrar en Génova. Yo me he retorcido de ilusión al escuchar esa palabra. Será por lo poco que he viajado todavía y por lo mucho que he leído sobre ello. He empezado a repetir ese nombre por dentro: Génova. 

He cerrado los ojos de nuevo, repasando ciudades italianas con la imaginación hasta que el sueño ha ganado la batalla, superando el dolor de las rodillas enclastradas al asiento delantero.

Es noche cerrada. El bus avanza buscando Roma y el amanecer. 




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