Entramos en una habitación pequeña. Al fondo, dos ventanas por las que se cuela una luz estupenda. Las paredes, de color verde pálido, se caen a trocitos. No pueden hablar, pero tendrían mucho que contar.
Está sentado en la cama un hombre de unos cincuenta años. Tiene los ojos de color azul grisáceo y el poco pelo que le queda deja adivinar un color rubio de juventud desgastado con los años. Tiene la cabeza grande, de un tamaño desproporcionado en relación con el cuerpo. Desproporcionada es también su sonrisa, de oreja a oreja. Una sonrisa de las que transmiten. ¿Qué transmite? Plenitud.
Se llama Albertas, es lituano y tiene hidrocefalia y una deformación en las piernas. Cuando tenía siete años, sus padres le abandonaron después de años de malos tratos encerrado en un cuarto que era como una celda. Tuvo una infancia dura: pasó años solo en un orfanato y con una enfermedad de la que nadie se hacía cargo. Estuvo solo hasta que conoció a Guinthas, otro niño del orfanato. Guinthas está a su lado en la habitación, sentado en una silla de ruedas y sin hablar. Sólo nos mira y emite gruñidos que nadie es capaz de descifrar, nadie excepto Albertas.
Albertas era un niño de siete años que no podía andar. Pasaba todas las horas del día en la cama, tumbado, sin que nadie le ayudara a moverse. Cuando conoció a Guinthas, vio en él a un niño a quien ayudar. Pero también vió a su ayudante, a su mejor amigo y al que sería la clave de su fortaleza. Guinthas tenía parálisis cerebral y estaba sentado en una silla de ruedas, inmóvil. Albertas necesitaba alguien que le ayudara a fortalecer sus músculos y la silla de Guinthas fue su aliado, su andador. Empezó a llevarlo de paseo a todas partes. Gracias a eso las piernas de Albertas se fortalecieron y ahora sus brazos son fuertes y puede andar, con dificultad pero con bastante éxito.
Con los años, alcanzada la mayoría de edad, ofrecieron a Albertas un traslado a un centro más especializado en personas con su enfermedad, un centro mejor cuidado en el que podría, además, tener mayor contacto con el exterior. Se negó. Eligió seguir en un centro de discapacitados incurables, un antro en el que no había ni cuidados ni cariño. Los enfermos eran percibidos como el desecho de la sociedad, algo inútil y sin corazón por lo que no valía la pena apostar. Vivían abandonados a su suerte. Pero quiso quedarse allí porque había tomado una decisión: cuidaría de Guinthas el resto de su vida. Uña y carne. Como hermanos.
Albertas empezó a ser las piernas de Guinthas, y no sólo eso, empezó a prestarle también su boca y sus manos porque, aunque parezca increíble, Guinthas es poeta. Incluso ha publicado libros. Albertas aprendió a entender sus gruñidos y se dedica a escribir los poemas que su amigo le dicta. Es el único que le entiende y puedo asegurar que son gruñidos totalmente indescifrables. Verlos hablar es uno de los mejores espectáculos. Nos leen uno de los muchos poemas que Guinthas ha escrito. Una chica lituana nos lo traduce al inglés. Me quedo sin palabras: Guinthas fue abandonado con 3 años, sufrió malos tratos y lleva toda la vida en una silla de ruedas sin apenas poder moverse. ¿Y de qué hablan sus poemas? De la belleza de su país, de esperanza, de alegría, de amor. No hay nostalgia, no hay dolor. Le miro, y no puedo evitar sonreír. Tiene una mirada cálida, tierna y llena de paz. Sin heridas. Heridas que seguro que existieron, pero tal vez curadas por el cariño de Albertas.
Con el tiempo, Albertas empezó a pintar. Nos enseña con emoción estatuillas fabricadas con papel de periódico y cola. Nos muestra decenas de cuadros, pintados también sobre papel de periódico endurecido. En algunos de ellos pone imagen y color a los poemas de su compañero. Albertas pinta y Guinthas le anima, le ayuda, le inspira. Miro los cuadros y vuelvo a mirar a su autor. Sonriente, con una sonrisa de las de verdad. Una mirada plena. Pienso en su vida, llena de sufrimiento, desprecio, marcada por la enfermedad y la limitación física y vivida en la pobreza material absoluta.
Sin embargo, nada de eso le define ni de lejos. ¿Quién es Albertas? Es un hombre feliz. Un hombre libre. Un hombre con un peso encima: el peso de hacerse cargo las 24 horas del día de su amigo Guinthas. Pero es un peso que no pesa. ¿Es una cadena? Quizás. Pero es una cadena que no ahoga, que no esclaviza, que no oprime. Es una cadena que sostiene, que saca lo mejor de él, una cadena de oro. Una cadena de amor libremente elegida y forjada a lo largo de los años.
Pero dejadme que matice: no es una cadena. Es algo que pesa, sí. Pero no es el peso de una cadena, es más bien el peso de unas alas. Sin Guinthas, Albertas no sería lo que es, no amaría como ama. Albertas no volaría tan alto como vuela.
Nos despedimos. Sonrisa de oreja a oreja. Ya les gustaría a muchos, Albertas. Ya nos gustaría.
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