Lituania: día 1




No diré que el primer día de esta aventura haya sido un día relajado, pero ha tenido puntazos que me hacen presagiar que la cosa irá bien, aunque a momentos no vaya como hayamos previsto. 

Por la mañana una odisea para encontrar mi monedero en la oficina de objetos perdidos de la TMB, porque si no, me quedaba sin viajar. He encontrado el monedero. Y no estaba el DNI. Bien, Núria.


Corriendo a casa. A hacerme la maletas y buscar el pasaporte. ¡Bingo! El pasaporte ha tenido la gentileza de aparecer y, con un poco más de calma en el cuerpo, me he podido hacer la maleta. Un par de pantalones, camisetas, y pijama. Si, me he olvidado las chancletas, la toalla, el champú y los calcetines. Al menos la cabeza sí me la he llevado.


Aeropuerto. Hemos visto el partido Argentina-Francia en la TV de la puerta de embarque. Todos apelotonados, tan embobados y felices que nos ha dado igual la media hora de retraso del vuelo. Se oían los gritos de la puerta de embarque de al lado que, por cierto, tenía una TV que retransmitía unas milésimas de segundo antes que la nuestra, así que los goles no han tenido esa emoción del ultimísimo momento, cuando no sabes si el portero hará un triple mortal hacia adelante y parará el balón. Y la gran gentileza del piloto lo ha redondeado todo cuando, al llegar a Frankfurt, nos ha desvelado el resultado del partido.

He hecho escala en Frankfurt para coger el vuelo a Vilnius. Olía el aeropuerto a panadería que daba gusto. Dos horas más de retraso en el vuelo por una emergencia médica de un pasajero a bordo del avión que venía de Alicante. Por suerte, se ha quedado en un susto para él, y nosotros, con un poco más de sueño, hemos despegado rumbo a Lituania. En el avión repartían bocadillos y yo, por tacaña y cicatera, me he quedado sin, porque no quería pagar y resulta que eran gratis. Me he reído de mí misma, que es lo mejor que se puede hacer en esos momentos, porque la verdad es que estaba muerta de hambre.

Hemos llegado por fin a la 1 de la mañana. Me esperaban tres caras conocidas y sonrientes (seguro que con más sueño que yo), y hemos cogido un taxi hasta una calle que soy incapaz de reproducir, número 2. Colchones hinchables en el suelo que me han parecido un lujazo árabe. Lo siguiente tiene gracia: una ducha congelada en el baño de un búnker antibombas de la 2a guerra mundial, y a la cama.


Me he dormido dando gracias, pensando en la suerte que tengo. Pensado en lo lejos de aquí que estaba esta mañana y en lo cerca de casa que me parece que estoy. Casi casi, diría que sigo en casa.

Comentarios