"No quieras ser la veleta del edificio. Mejor si eres la piedra escondida, cimiento que aguanta toda la construcción."
A veces miro alrededor y veo una sociedad en la que parece que no exista lo que no se reconoce públicamente. Ciertamente, el reconocimiento público tiene una gran importancia. Es enormemente necesario poner en conocimiento de la sociedad determinados sucesos, cualidades personales, actos humanos, etc. para revalorizarlos. Es importante poner a la vista de todos grandes esfuerzos escondidos, trabajos invisibles, luchas acalladas por el estruendo que provoca lo espectacular. Esta revalorización de aquellos trabajos más ocultos nos abre los ojos a aquellos que tendemos -me incluyo- a la ceguera del individualismo, y nos hace avanzar como sociedad.
Pero me pregunto, ¿por qué tenemos la necesidad de poner en conocimiento de todos tantas cosas de las que hacemos cada día? ¿Tendrá culpa de ello la sociedad altamente mediatizada en la que vivimos? ¿No tiene parte de contradicción que, estando tan seguros del valor de nuestros actos, necesitemos ponerlos en vista de todos para sentir que tienen valor?
Escribo estas líneas sentada en un banco de madera. Se asoman por debajo unas pequeñas tuerquecillas, oxidadas pero firmes. Las tuercas están en todas partes. La mayoría de instrumentos que utilizamos tienen tuercas. Cualquiera que esté leyendo este post podría encontrar una en algún objeto de su alrededor. No las vemos. No las valoramos, pero están. Y son imprescindibles. Como los hombres y mujeres de este planeta: estamos en muchos lugares haciendo mucho bien. Y en la gran mayoría de ocasiones, nadie nos reconoce públicamente. Y me pregunto: ¿Es necesario?
Quizás para mover nuestra voluntad hacia esos actos cotidianos pero heroicos de servicio, lo necesario no es el reconocimiento, sino la convicción de que lo que hacemos sirve para algo. Para no despreciar los detalles pequeños y el trabajo oculto no necesitamos el aplauso de los demás, sino que cada uno de nosotros nos creamos que aquello que hacemos tiene mucho valor si facilita la vida a otras personas, aunque nadie lo vea. Y si amamos lo que hacemos y lo hacemos porque queremos ¿Por qué colgarlo en las redes, decirlo al primero que se nos cruza, y molestarnos cuando se atribuye a otro un pequeño trabajo nuestro? Quizás porque a veces preferimos la espectacularidad que la utilidad. El aplauso que el acto que se aplaude. Y una breve reflexión: la autoafirmación no es lo mismo que la autoestima, y en muchas ocasiones la primera refleja escasez de la segunda.
En definitiva, saber valorar el servicio oculto, saber amar en ese servicio, y ser felices en el silencio de saber que por un rato somos la roca del cimiento, y no la veleta del edificio. O un par de tuercas oxidadas bajo un banco de madera. Al menos, por un rato.
las tuercas no tienen facebook y a nadie le amarga un dulce
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